Para difundir el palin y acercarlo a las nuevas generaciones, el Área de Educación del Museo Mapuche de Cañete cuenta con un taller de entrenamiento destinado a estudiantes desde quinto básico a jóvenes de enseñanza superior.
Las actividades se realizan en la cancha o paliwe de 80 metros de largo y 6 de ancho, previa solicitud a la institución. Este espacio también puede ser utilizado por las comunidades aledañas para sus actividades recreacionales y rituales.
Los palife tradicionalmente jugaban desnudos de "medio cuerpo para arriba; el chamal bien levantado y el ancho del calzoncillo [envuelto] en la pierna" (Manquilef, 1914:74). Esta costumbre hoy no es común, pues sólo se doblan los extremos de los pantalones para iniciar el juego.
En la sala Relamtugen ("El habitar frente a la tierra") se exponen variados tipos de pali y weño, y en sus paneles se lee una extensa descripción del juego a inicios del siglo XX tomada del libro de Manuel Manquilef "Comentarios del pueblo araucano".
La reseña histórica se acompaña de relatos orales que dan cuenta de su permanencia en el tiempo y de la importancia que tiene para la comunidad. Tal es el testimonio de Juana Leviqueo recogido en 2007:
"Se jugaba el palin después de la siembra para pedir, para rogarle a Dios que no tengan peste los sembrados, para que salga bien la cosecha. Primeramente se jugaba el juego de chueca y después el rogativo".
El relato de Miguel Ñewey entregado en 2009, alude al palin como parte central del rito funerario de los jugadores: "Mi primo era palife (…) Él cantaba, bailaba, hacía su wecha kona, su wiño, rayaba cancha, llamaba a la gente. Cuando murió se le hizo una linda ceremonia del paliwe (…) [en el cementerio] se le deja el wiño encima de la urna y todos sus utensilios".
Para el historiador Juan Ñanculef (1992), la experiencia del palin es profundamente educativa, pues materializa el principio de aprender haciendo. Además, agrega, es una práctica muy valorada en cada lof, ya que convoca a ancianos, jóvenes, mujeres y niñas y niños.