La riqueza de especies que alberga el bosque nativo del sur de Chile ha permitido a las comunidades humanas que viven en estos ambientes desarrollar una amplia gama de prácticas culturales a partir de dichos recursos. Una de ellas es el uso de fibras vegetales para la confección de objetos, actividad de larga data en el pueblo mapuche, al igual que en muchas otras sociedades tradicionales del mundo, donde el desarrollo de la cestería precedió incluso el de la alfarería y la textilería.
La cestería a base de plantas nativas tales como la ñocha (Bromelia sphacelata), el voqui o pilpilvoqui (Boquila trifoliata), el voqui fuco (Berberidopsis corallina), el chupón (Greigia sphacelata), el junquillo (Juncus procerus) y el colihue (Chusquea cummingii) representa un elemento fundamental del mundo cultural mapuche. Cada etapa de su producción -incluyendo las fases previas de recolección y tratamiento de las fibras- requiere de una serie de conocimientos específicos fuertemente arraigados al territorio, transmitidos de generación en generación al interior de las familias dedicadas a la cestería: es así como, desde pequeños, hombres y mujeres han aprendido a identificar cuándo están listos los tallos para ser cortados, qué cuidados se debe tener al extraerlos y cómo prepararlos para el tejido. Al mismo tiempo, todo el proceso está mediado por factores espirituales y se funda en una relación de reciprocidad con el mundo natural: la extracción, por ejemplo, debe ser respetuosa con los ngen o espíritus del bosque, velando por no afectar su presencia para asegurar la disponibilidad futura de las fibras.
De acuerdo con las localidades y el material utilizado, la cestería mapuche emplea diversas técnicas de elaboración. La más característica -y, acaso, antigua- es la denominada "aduja" o "espiral", con la que se obtienen piezas de gran resistencia y durabilidad. En el caso de los artesanos de la cestería en pilpilvoqui, la técnica principal es la de entramado, consistente en el entrecruzamiento de fibras sobre una urdimbre. Junto con las anteriores, se describen otras como el trenzado, el anudado y -particularmente en Chiloé- el entrelazado.
Por medio de las técnicas mencionadas, los artesanos confeccionan un amplio repertorio de piezas de uso doméstico y ceremonial, a las que en las últimas décadas se han sumado diversos objetos ornamentales. Algunos de los artefactos más comunes son el llepu, una especie de fuente grande originalmente utilizada para lavar o esponjar el mote, aventar el trigo o vaciar la harina; el quelco, canasto circular más o menos hondo provisto de una larga trenza a modo de asa; el chaiwe, un cesto plano ligeramente cóncavo para recolectar frutas; el paquei, un canastito con tapa usado para almacenar objetos pequeños; y la pilwa, utensilio de gran importancia cultural consistente en una bolsa cuyo sistema de malla y materialidad orgánica evitan que el contenido -por lo general, alimentos- transpire.
Tratándose de una actividad tradicional, propia de las dinámicas ecológicas y socioculturales del pueblo mapuche, en el último siglo el desarrollo de la cestería se ha visto condicionado por varios factores: en primer lugar, la privatización del bosque nativo, que ha modificado la relación de los artesanos con la naturaleza, dificultando el acceso a las materias primas tradicionales y obligando a cambiar los modos de recolección; segundo, la inserción de la cestería en los mercados artesanales, fenómeno que, si bien abre nuevas oportunidades económicas para quienes desempeñan el oficio, también supone un riesgo para la sustentabilidad de los ecosistemas donde se ejerce. Por último, el advenimiento del patrimonio como nuevo enfoque para comprender la cultura, que implica una serie de desafíos relativos a la investigación, puesta en valor y promoción de la cestería como práctica tradicional.
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