Desconocidas hasta entonces en estos territorios, las cuentas de vidrio ingresaron a América desde los primeros viajes de Cristóbal Colón y se propagaron rápidamente por el continente. El reino de Chile no fue una excepción, y tales cuentas, aunque fueron incorporadas en los momentos iniciales del contacto hispano-mapuche, no lograron desplazar a las llangka, nombre que recibían las cuentas locales, elaboradas en piedra u otras materias primas como hueso y cerámica. De esta forma, las cuentas vítreas y las llangka coexistieron entre los mapuches al menos hasta el siglo XIX.
Unas "falsas esmeraldas"
Consignadas bajo la denominación de origen caribeño «chaquira» o la voz castiza «abalorio», el uso y circulación de cuentas de vidrio quedó registrado tempranamente por la historiografía americana. El valor ornamental que estos objetos coloridos y traslúcidos adquirieron entre los mapuches los convirtió en bienes de intercambio entre la población local y los forasteros que se aventuraban en el territorio: desde soldados, expedicionarios y naturalistas europeos hasta viajeros y comerciantes criollos los llevaban consigo para ofrecerlos a cambio de alimentos, vestuario o salvoconductos.
Aunque más difícil de rastrear por las recurrentes confusiones terminológicas, las llangka también dejaron una huella en los registros escritos de cronistas, viajeros e investigadores, algunos de los cuales las describieron como "piedras toscas verdes" o "falsas esmeraldas". A la información que los documentos entregan se suma el testimonio de ejemplares recuperados en diversas excavaciones arqueológicas efectuadas en el centro-sur de Chile, con datas que se remontan a la época prehispánica -asociadas a entidades culturales como Pitrén, El Vergel y Llolleo- y que exceden la etapa de contacto hispano-mapuche -como es el caso de las piezas halladas en el eltun de Gorbea-. Si bien los usos y significaciones asociados al empleo de llangka aún no han sido esclarecidos, se sabe que formaron parte de los ornamentos que hombres y mujeres mapuches portaban, posiblemente como marcadores de prestigio o de identidad, a menudo en contextos rituales o de sociabilidad.
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